martes, 24 de julio de 2012

Tu ausencia, mi desdicha


Puedo acostumbrarme a todo, menos a su ausencia.

¿Cómo la conocí? Quizá sea un poco extraño, quizá piensen que tal vez soy un loco, pero puedo asegurarles que quizá ese día era para nosotros, completamente para nosotros.

Estaba sentada en la acera, se veía hermosa; de haberla visto antes no hubiera podido jamás hablarle, tengo una timidez natural –o más bien, sobre natural- que me limita a tener cierto contacto con los demás humanos, prácticamente hacer nuevas amistades no es lo mío; platicaba con una amiga mía sobre cosas que tal vez no hubiesen llamado mi atención si tan solo no me hubiese sacado de mí mismo, al pronunciar ciertas palabras con sutileza:

- ¿Me acompañas al metro?

Me lo hubiese esperado TODO, pero menos que ella quisiera platicar conmigo, y era obvio y lógico que yo no me negaría, accedí con esa timidez que me aborda completamente, no podía decirle que no, no a ella, incluso aunque me aterraran las mujeres. Para llegar a la terminal del metro, teníamos que tomar un horrible camión, y ese día por algo que no me explico aún quedaban lugares.

-            Me llamo Andrea

¡Qué bonito nombre! No es por nada, pero es un nombre que me fascina, para ese momento en que ella me dijo su nombre, ya estábamos sentados al final del feo camión, ella mirando por la ventana y yo a su lado, intacto y taciturno. Pero era un nombre precioso, no pude evitar verla y sonreír, y no sé qué pasó exactamente, pero tuve la confianza de abrirme tal y cómo era, era como si de ella irradiara una confianza tal que hacía que te sintieras cómodo ante su presencia, hablamos de música, libros, y sacó algo que casi nadie saca de mí, el lado friki; me sorprendí al saber que a ella también le llamaba la atención.

Quizá la magia se terminara al bajar de ese camión, pero llevarla al vagón del metro era sensacional, y sin pensarlo antes de que su silueta desapareciera completamente, le grité:

-          -  Andrea ¿Me puedes dar tu número de teléfono?

Después de eso, la gente del vagón me quedó viendo y sé que me puse rojo, como tomate, ella se acercó y me pidió mi celular, anotó su número y me dijo que se había registrado como “mugami” ¿Por qué, si tenia un nombre hermoso?

Algo fue creciendo entre ambos de una manera un poco extraña, fui a una reunión con sus amigos y pese a sentirme extraño y fuera de lugar, ella trató de que me sintiera lo más cómodo posible, la empezaba a querer de una manera peculiar. Con el tiempo los mensajes y las llamadas crecieron, y no solo eso, también nuestro amor.
Yo no entendía porque si habiendo chicos mejores tanto física como económicamente, ella me había elegido a mí, mi seguridad aumentó a mares, no puedo explicar todo eso, pero se sentó a escucharme atentamente cómo trabaja con las computadoras, a punto de casi dejarlas como nuevas. Pero quizá eso no fue lo mejor del día, que me comprendiera y escuchara, había sido importante, pero se despidió con un beso en la mejilla que me dejó frío. Pensando en ella todo el tiempo.

Los amigos intercedieron  un poco, alguien le dio mi correo electrónico –claro, con mi debida aprobación- y conversamos un poco, quería que le arreglara su computadora al día siguiente, era el pretexto perfecto, para mi el verla era una necesidad, no sabía desde cuándo había sido así, y no lo comprendería bien hasta ese día.

-            - Pasa, Jun

Había alguien más, eso me puso muy nervioso, pasaron las horas y esa persona se despidió, comprendía que yo también debía irme, incluso aunque no quería. Había sido una tarde sorprendente, habíamos ignorado al tercero en discordia, yo componía la computadora y veía como ella ejecutaba una pieza en el violín, incluso con el paso del tiempo aún puedo verla ahí, moviendo las cuerdas con el arco de su violín, se veía hermosa. Sin más, aquella persona se fue y de repente sentí sus brazos en mi cuello, y la oí susurrándome que no la dejara.

La abracé, nos acostamos en su alfombra, en el sillón, en la ventana, pero tenía que irme, las horas en esa ciudad no pasaban en vano y antes de las 2pm, le di el último abrazo del día. Ahora sí, sabía que debía verla nuevamente, y tras unos mensajes de texto, acordamos vernos para comer, iría a mi casa y así podríamos hablar.

12 de Febrero, llegó con una blusa verde y unos jeans, con ese cabello rojo que tanto me gustaba, sus ojos delineados y su sonrisa a media boca, con esa bolsa de mano y sin más, la tomé de la mano y la lleve hacía mi casa, y tras un juego extraño de mordidas, sucedió: Nos miramos fijamente, nos deseamos y los labios contrarios empezaron en un roce único, jamás he besado y me han besado como lo hice con ella ese día.

Todo estaba dicho, era mi pareja, en el transcurso a mi casa no pudimos evitar abrazarnos y besarnos en cada esquina, le presenté a mi madre, salimos a caminar, pero pasaba algo más, no quería estar lejos de ella, no podía y al llegar a su casa, me quedé con ella abrazados, mientras dormíamos plácidamente y hacíamos de nuestros sueños planes para un futuro juntos, eternamente.

La relación crecía, constantemente, me sentía pleno. Teníamos que escuchar nuestras voces para sentirnos cerca, procurábamos vernos seguido. Sin más, la presenté con mis amigos, no era común en mí, y no deseaba su aprobación, pero ellos y ella eran importante en mi vida.

Pero el tiempo exige algunas cosas que nosotros los humanos, no podemos ofrecerle. 6 meses pasaron y ella quería llevar la relación al siguiente nivel, la adoraba, la quería, la amaba, pero el hecho de sentirme sujetado a alguien, no sé, me atemorizaba, quizá si hubiese tomado el riesgo, todo sería diferente. Entre sueños y abrazos habíamos pensado casarnos cuando cumpliera 18, trabajar para la renta, estudiar y al estabilizarnos pensar en una familia juntos. Todos los temores crecían en mí, solo tenía 17 años.

Había cosas que no había tomado en cuenta: Mi familia. Mis padres se opusieron a ciertas cosas, había dejado de ir a la iglesia, tenía problemas en la escuela, con mis amigos y también con ella, con mi Andrea.

Sin explicarlo, terminé en el psiquiatra, él me recomendó terminar con mi relación. Yo no quería, no deseaba hacerlo, pero al final yo mismo le pondría fin de la peor manera. Son cosas que a veces uno no logra perdonarse, lo encuentras todo y sin más lo dejas ir ¿Qué más esperamos de la vida, si hacemos eso seguido? Tuvimos una discusión bastante fuerte, donde todos mis problemas recayeron en ella, la había alejado para siempre de mí.

Cambió de número, de domicilio, había desaparecido para el mundo. No podía creerlo, no me podía estar pasando esto a mí, yo la amaba. Pero quizá nuestro próximo encuentro estaba escrito para desbaratarme eternamente.

Fue en una convención de Anime, estaba sentada en el piso, cuando la vi se encendió en mi una pasión indescriptible, me acerqué a ella, pero nada era igual. Ya no me veía con los mismos ojos, había dejado de existir en su mundo, y me dolía. No podía hacer nada más con eso, ya no tenía solución; ahora solo debía asegurarme de que ella estuviera bien. Me explicó que no podía volver a hablarme, seguía sintiendo lo mismo por mí, pero había hecho una promesa con alguien más, comprendí que era el fin, el fin irremediable.

No hay nada que llené el vacío que ella dejó, me fue muy difícil seguir con mi vida, pero decidí que aún no estando juntos, la ayudaría. De una forma que no puedo explicar, me encargué de sus necesidades, trataba de alegrarle el día mandándole flores, dinero, trataba de proporcionarle mi ayuda. Le mandaba cartas que tal vez nunca leyó, mensajes, mi amor a pedacitos. Pedí a mis amigas que cuidaran de ella, porque yo no podía hacerlo y me sentí impotente ante eso.

De esto, ha pasado un año. No hay “hubieras” que encajen en mi historia, existe el presente, existe lo que podemos hacer y no hacer. Yo solo quiero verla sonreír y saber que está bien.

Pero comprendo algo, tras un último beso: el amor que sentíamos el uno por el otro no se fue, ni se irá, porque se quedara ahí, por siempre, tal vez encontremos a alguien más, pero aquél primer amor se quedará en mi memoria, siempre.

Extraño todo de ella, su voz, su cuerpo junto al mío, sus besos con sabor a todo, su olor, sus ojos, esa mirada perdida, su alegría espontánea. No hay un solo momento en que yo, no extrañe esa risa, sus lágrimas, sus ideas, incluso sus berrinches y enojos. Pero no termino de extrañarla a ella misma, a como es, era y será por dentro. No espero volver a tomar su mano, pero sí, si espero algo: Estar en el momento que otra mano y otros besos, la llenen de felicidad...

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